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Opinión: Gracias, Santrich

Andrés Carrillo

(Foto: Mauricio Dueñas Castañeda / EFE)


El día de hoy, al levantar a mi hijo y prepararle el desayuno, antes de sus acostumbradas clases virtuales, escuché por la radio una frase lapidaria, amenazante e inquietante: ”Memento mori” pero esta vez, era exclamada por un jefe guerrillero en alguna finca de recreo, desde la espuria República Bolivariana de Venezuela; de inmediato pregunté a mi hijo: “¿Recuerdas que significa memento mori?”

“Eso significa que la muerte siempre está presente y también salía en el arte y se les dice a las personas vanidosas para recordarles que van a morir, pero a mi abuelita no le gustó la calaca que tenía en la ventana y me la botó, papi”. De inmediato aplaudí, ese es mi hijo; de algo sirvieron las noches en las que antes de jugar Xbox 360 le pedía que investigara un dato interesante de la historia.

Pero volviendo a la historia del día, imaginé a los consejeros de Presidencia corriendo a descifrar las palabras del subversivo, al igual que más de un encopetado periodista titulado y remasterizado, quien, en medio de un manojo de nervios, apretaba sus dedos contra la pantalla y elevaba sus plegarias a San Google para que lo sacase de este “memento lapsus” y poder dilucidar el significado de memento mori y así eclipsar a sus colegas.

Sin embargo, por primera vez agradecí por el nivel de educación de este ciego partisano; que palabras, que verbo, que amenaza tan bella, por fin el criminal que merece nuestro país.

Gracias por intimidar decentemente al Presidente de los Colombianos de una manera tan erudita, tan ilustrada, tan educada, por un momento deseé que todos los criminales tuvieran esa clase o esa distinción; que tal si en la calle me increpase un malhechor con ese grado cultura y me dijera: “Querido e inocente transeúnte: tenga la gentileza y despójese de sus pertenencias o me veré obligado a precipitar su memento mori con el aguzado filo de mi daga”. En ese momento sin rechistar haría deposito de mis pertenencias y tal vez hasta sería merecedor de un “carpe diem” (aproveche el día) por parte de mi culto delincuente.

Por eso, hoy más que nunca, quiero agradecer a Jesús Santrich por hacer de una amenaza una poesía, por convertirla en un adagio, por regalarnos un breve momento de inspiración corporativa, porque Venezuela no te merece, regresa a las tierras del Nobel de literatura, o el Nobel de la paz si prefieres, y mientras huyes de las autoridades quizá nos puedas regalar más de tu trova, más de tu lírica, porque mientras nos desangran los protervos y depravados corruptos de nuestro país, tu verbo señor Santrich nos deja una clara enseñanza: a todos nos llegará el momento de morir.


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